Nada es más perfecto que mi ALMA entre tus SOLES

miércoles, 21 de abril de 2010

Taller I

El viento frío soplaba una vez más sobre su rostro, produciendo una extraña y desigual ola en sus largos cabellos dorados. Mis sentidos se adormecían ante tanta belleza. Dos grandes ojos me observaban con ternura, como la quietud de la tierra, simulando ser almendras. Sus labios, donde siempre creí ver un par de perfectas cerezas, dibujaban una tibia sonrisa. Valiente, frágil, hermosa. Transparente como el agua del río que alguna vez nos bañó.

Mi mente aún recuerda ese día. Caía la noche como un manto de seda negra sobre nuestros hombros y el aroma dulzón de la primavera traía consigo la más triste de las despedidas. Solo era una forma más de demorarnos.

La vi, me vi. Y juntos contemplamos el silencio, buscándonos. Prometiéndonos amor eterno, bañados por las aguas del mismísimo mar de miedos. Perdía mi refugio, ya no podía ocultarme de la tormenta.

–Voy a esperarte siempre. Sé que alguna vez volverás- Y llorando besó por última vez mis labios. Un mar de lágrimas nos rodeó, en vano. El huracán no tardó en acecharnos. Abrí mis ojos y Alicia ya no estaba.

Me embriagué en algo llamado éxito para olvidarla. En el camino la perdí, me perdí y olvidé quien era. Una nube acechaba todos los días mi ventana, amenazando con desatar el diluvio. Me enfrasqué en lo superficial de la vida y olvidé a Alicia, a nuestro amor, a mis promesas. Mujeres, alcohol, estupefacientes. Y el manto cubriéndola una y otra vez. Buscando una y cientos de veces, entre el río y el mar; la lluvia, el viento. Viajando como rocas. Temiendo sentir. Vivir. Recordar.

Lentamente abrí mis ojos. Un espejo destruido reflejó silencio. Me mantuve quieto durante tanto tiempo, sin llorar, sin reír, preso de mi más íntimo deseo. Simulando una felicidad efímera, inexistente, irreal. Hasta que la venda que cubrió mis ojos por tanto tiempo, raída de tantos golpes que le dio la vida, decidió caer. Y fui conciente de la verdad: ellos nunca olvidaron.

Tantas preguntas sin respuesta. No hay quien desate mis dudas, quizás deba callar. El destino alguna vez me prometió volver a verla. Entonces, cierro mis ojos y vuelvo el tiempo atrás. Y allí está, gloriosa y radiante. Sonriendo. Esperándome en la cima del prado donde alguna vez fuimos felices. La lluvia, su agua y los vientos. Ni siquiera en fotografías, sólo en sueños.

Juntos. Felices. Eternos.

Continúo el sendero sinuoso, sin penas en el alma. Hoy mi deseo es poder desear que esté bien donde quiera que esté.